Vivo
en un país salsero y me encanta mojar
el pan blanco en la polícroma exquisitez de las salsas. Me gusta contemplar cómo
una miga cavernosa anega sus poros en la untuosa ambrosía. Los arrullos al
paladar de tan exquisito bocado me regalan todo un iris de sabores en un
estallido de irresistible placer. En mi voraz andadura gastronómica continúo alejado
de finezas hasta rebañar el plato despojándolo del rico condimento. Es un himno
a la gula que nos libera del yugo de la etiqueta.
De "Mis pequeños placeres" © 2012
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