Escuchar una melodía provoca el automatismo del gesto. De una forma
inconsciente, nuestras cabezas se
balancean, nuestros dedos tamborilean y el imparable tic de un leve
taconeo percute en el lecho de nuestros pies. Todo el cuerpo se solaza entregándose
a la ancestral liturgia del baile. Seguir con el ademán los signos de ese
mágico reducto de la cadencia y del compás que es el pentagrama, es una manera
de bailar. Pero desde luego siempre será más grato el hacerlo en pareja.
De "Mis pequeños placeres" © 2012
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