Despliega
el otoño su gris pañuelo
velando
el ascua del sol mañanero
con
nieblas que unen la tierra y el cielo,
ocultan
los frunces de las laderas
y
entelan los lindes de mi sendero.
Las
enhiestas hayas de las vaguadas
en
mansa llovizna de vuelo errante
desprenden
sus galas policromadas,
alfombra
crujiente de frondas secas
que
esparcen mis botas de caminante.
El
suave murmullo del arroyuelo,
plateada
serpiente de una vereda
orlada
por tenues briznas de hielo,
apenas
enturbia el feliz silencio
y
mi ánimo arrulla tras la arboleda.
En
busca constante de alguna presa
brinca
la nutria de piedra en piedra
y
otea el azor la cercana dehesa
acechando
el vuelo de la corneja
desde
su atalaya trenzada en hiedra.
Áureo
escenario que cierra el estío
y
abre un invierno de blanca etiqueta
que
todo lo viste con su atavío
cubriendo
de nieve el bello sendero,
proscenio dorado de mi alma
inquieta.