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domingo, 21 de agosto de 2016

8 días navegando por el Mare Nostrum.

Cuando el pasado Julio mi querida amiga vilanovina Núria Alsina me propuso formar parte de la tripulación de su hermoso velero no dudé ni un instante en aceptar su invitación. Compartíamos nuestro amor por el mar y aunque mi experiencia de navegación a vela era mínima, dedicado principalmente a las emociones de mi kayak, la aventura de adentrarme en la amplia experiencia marinera de mi bella amiga, patrona del Halyfax y aprender de ella, me atraía de forma irresistible. El propósito de la singladura consistía en zarpar a sus órdenes del puerto de Vilanova, reseguir la costa rumbo sur y a la altura del archipiélago volcánico de las islas Columbretes cubrir las 53 millas marinas que las separan del litoral castellonense para efectuar el regreso costeando y visitando las calas vírgenes de la sierra de Irta.En total 10 días de navegación en cuyo transcurso bordeamos por dos veces el Delta del Ebro,compartiendo emociones con Nùria, nuestra Capitana, y el resto de la tripulación que osciló entre dos y cuatro miembros.

Ni corto ni perezoso viajé con mi furgona desde Calp a L'Atmetlla de Mar, puerto previsto para mi incorporación al grupo.Allí la dejé hasta el regreso. Un regreso que se demoró varios días al decidir continuar viaje hasta el puerto de origen buscando prolongar al máximo las emociones vividas. Ya la recogería más adelante. Ahora no deseaba dejar ni el velero ni el extraordinario grupo de personas con quienes compartía navegación. 

Pronto me percaté de las singularidades de una navegación prolongada en un velero de 9 metros de eslora y cinco plazas de litera. Navegar a vela en grupo requiere buenas dosis de dinamismo. El grupo humano se cohesiona con la constante actividad que requiere la navegación. La disciplina es tan necesaria como ser inmune al mareo. La clave está en quien patronea la nave y Núria demostró su alta calidad humana haciendo placentera la estrecha convivencia.

El archipiélago de las Columbretes, principal objetivo de la singladura es un paraíso perdido en la ruta que conduce hasta la isla de Ibiza. Formado por cinco islotes volcánicos inaccesibles que surgen de las aguas como negras y torturadas almas, son la antesala de la Illa Grossa formada por la erupción de cuatro volcanes y cuya forma de herradura permite recalar en alguna de sus escasas boyas. No hay puerto y para efectuar una visita guiada tuvimos que nadar desde nuestro barco hasta sus laderas. Toda una aventura que nos permitió escuchar del guía que nos atendió interesantísimas explicaciones referentes a su historia geológica y humana. En la tarde de aquel día el snorkel nos permitió contemplar unos vírgenes fondos marinos donde los peces parecen no temer al ser humano. La noche anterior nos había envuelto en el espectáculo único de la lluvia de estrellas brotando de un firmamente donde la Vía Láctea parecía deshacerse en ténues copos de algodón. Fue una maravilla para los sentidos gozar de todo ello desde cubierta. El regreso hacia la costa puso a prueba la pericia de nuestra capitana. Fue una travesía nocturna durante la cual la tempestad se abatió contra el Halyfax y fueron necesarios los chalecos y los arneses para permanecer en cubierta. Nuestra proa parecía querer alcanzar el negro cielo mientras los relámpagos hundían sus lanzas de fuego en las oscuras aguas. Alcanzamos la costa casi de madrugada embriagados por tanta belleza y sintiendo en todo momento la seguridad que nos transmitía nuestra capitana..

Mar tranquila y vientos favorables presidieron el resto de nuestra singladura que nos permitió conocer las peculiares calas vírgenes de arena fósil y conchas marinas de la sierra de Irta, poseedoras de un riquísimo ecosistema vegetal marino entre otras maravillas.

En resumen, una aventura marítima para el recuerdo que acercó a mi corazón un sinfín de vivencias que siempre tendrán continuación transformadas en hondas emociones y muy especiales afectos.

miércoles, 3 de agosto de 2016

El primer trago de cerveza

Muchos piensan que es el único que vale la pena. Una vez liberado por nuestros labios de su vítreo encierro llena nuestra garganta y convierte en más anodinos a los que le siguen. El primer trago es siempre el más largo y reconfortante. Lo bebemos de un tirón, con gran avidez. El amargo frescor que voluptuosamente se cuela entre un manto de blanca espuma otorga un bienestar inmediato rematado por un suspiro y el complacido lamido de los labios. ¡Qué bueno encuentro siempre ese primer trago! 

De "Mis pequeños placeres" © 2012