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domingo, 17 de julio de 2011

La Sierra Mariola y el Montcabrer: un reencuentro con mi pasado

Mucho me apetecía volver a adentrarme en los bellos y añorados parajes de montaña que de niño forjaron mi amor por la naturaleza hasta que finalmente ayer sábado, transcurrido más de medio siglo y calzando botas mucho más "técnicas" que las someras alpargatas de entonces, he vuelto a pisar la cima del Montcabrer, el pico más encumbrado de la alicantina Serra de Mariola que desde sus 1.390 m. domina la tierra en que nací y ha sido solar de mis antepasados por más de 500 años.

Ha sido como un peregrinaje a través del tiempo siguiendo la "ruta ecológica" del PR-V37 y desgranando un recorrido circular de 17 Km. Una incursión al pasado en la que me he sentido acompañado por los gnomos del recuerdo que como bruñidos espejos reflejaban antiguas vivencias: ingenuos juegos deslizándose por toboganes naturales de roca resbaladiza que tantos pantalones obligaron a remendar, la búsqueda ansiosa de los preciados "dimoniets", piramidales cristales de rojizo cuarzo frecuentes entonces en aquellos caminos y ¡cómo no! el delicioso frescor ayer revivido de las cantarinas fuentes con que apagaba los fuegos de la agobiante sed agosteña.

Sant Cristòfol, la Penya Banyada, les Huit Piletes, la Font de Santxo, el Mas de Llopis, el Pic Negre y el Castell de mi querida villa condal que hoy constituyen un Parque Natural y por fortuna conservan el encanto de entonces,  han vuelto a ser solaz de mi espíritu, han hecho desfilar por mi mente casi 60 años de mi vida y han dejado en el fondo de mi corazón la añoranza de otros tiempos en los que quizás encontrar la felicidad era menos complicado que el conseguirlo en el mundo que hoy nos toca vivir, una sociedad en la que egoísmo y ambición desmedida privan por encima de la generosidad y el amor por las placenteras pequeñas cosas.

¡Qué más se le puede pedir a una inolvidable salida de montaña!

miércoles, 13 de julio de 2011

Navegante y soledad

Adentrarse en solitario en la inmensidad marina otorga a la mente una clarividencia especial que con frecuencia exacerba el sentimiento y propulsa el ánimo hacia peregrinas reflexiones.

Este poema compuesto en seis sextetas de rima consonante nació tiempo atrás en el transcurso de uno de mis frecuentes encuentros con la naturaleza marina y en él se desgrana la desgarrada súplica de un alma atormentada que vive en soledad.


Claro azul del vasto cielo,
verdes trazos sobre el mar,
olas que son terciopelo
cuando surcando su estela
conducen mi blanca vela
y hacen dulce el navegar.
 

Gaviota que en libertad
eres estrella fugaz,
¿Traerás bajo tus alas
remedio a mi soledad?
¿Guardarás entre tus galas
algún consejo sagaz?




Al conjuro de mi anhelo,
esto me dijo al pasar:
-¿Qué quieres tú, marinero?
¡Dime cuál es tu desvelo!
Debo dejar tu velero
y mi vuelo remontar.-




-Solo tengo, amiga mía,
tres cosas a demandar:
Un viento que traiga bonanza;
un amor, dulce esperanza,
que colme mi alma vacía;
y un buen rumbo al navegar.-
 

-De tus ansias, marinero,
solo en dos puedo orientar:
En lo que hace a bonanza
y al rumbo más placentero,
mas del amor la esperanza
no te la puedo otorgar.-





-Has de seguir la derrota
que tu brújula te da
y alguna noche tu anhelo
será cometa en el cielo.
¡Átalo bien con la escota!...
pues el amor viene y va..-


 

De mi libro "Rimas para el recuerdo"

viernes, 8 de julio de 2011

Pescar a curricán navegando en kayac

Existen interesantes actividades marinas en las que es necesario madrugar para obtener los mejores resultados de su práctica y uno de ellos es la pesca al currican a bordo de un kayac de mar, algo que vengo disfutando desde hace varios veranos a bordo de mi Oasis sin que ello signifique que represente lo más importante de unas singladuras en las que aquello que siempre priva por encima de cualquier otra consideración es el mágico encuentro con una naturaleza virgen que inicia los escarceos de su diario despertar.

Aguardar la aparición del astro rey mientras se navega hacia el borroso horizonte inmerso en la calma que la pereza de Eolo propicia a esas tempranas horas en espera del estallido cromático de verdes y azules que borrando las plomizas vestiduras de cielo y mar abra la espita de un nuevo dia es algo que todo mortal deberia experimentar alguna vez. Un espectáculo único que no por repetido deja de ser sobrecogedor e impresionante visto desde la pequeñez de una oscilante piragüa que apenas rompe las quietas aguas.

Y si además del directo acceso a esas bellezas que la naturaleza marina ofrece nuestro inquieto sedal vibra por cualquier voraz apetito matutino escondido bajo las aguas ¡tanto mejor! Deberemos considerarlo como una dádiva de Neptuno que hemos de tomar como muy merecida recompensa al amor que nos inspira un Mediterráneo tan cercano para algunos aunque también tan lejano para otros.