Mucho me apetecía volver a adentrarme en los bellos y añorados parajes de montaña que de niño forjaron mi amor por la naturaleza hasta que finalmente ayer sábado, transcurrido más de medio siglo y calzando botas mucho más "técnicas" que las someras alpargatas de entonces, he vuelto a pisar la cima del Montcabrer, el pico más encumbrado de la alicantina Serra de Mariola que desde sus 1.390 m. domina la tierra en que nací y ha sido solar de mis antepasados por más de 500 años.
Ha sido como un peregrinaje a través del tiempo siguiendo la "ruta ecológica" del PR-V37 y desgranando un recorrido circular de 17 Km. Una incursión al pasado en la que me he sentido acompañado por los gnomos del recuerdo que como bruñidos espejos reflejaban antiguas vivencias: ingenuos juegos deslizándose por toboganes naturales de roca resbaladiza que tantos pantalones obligaron a remendar, la búsqueda ansiosa de los preciados "dimoniets", piramidales cristales de rojizo cuarzo frecuentes entonces en aquellos caminos y ¡cómo no! el delicioso frescor ayer revivido de las cantarinas fuentes con que apagaba los fuegos de la agobiante sed agosteña.
Sant Cristòfol, la Penya Banyada, les Huit Piletes, la Font de Santxo, el Mas de Llopis, el Pic Negre y el Castell de mi querida villa condal que hoy constituyen un Parque Natural y por fortuna conservan el encanto de entonces, han vuelto a ser solaz de mi espíritu, han hecho desfilar por mi mente casi 60 años de mi vida y han dejado en el fondo de mi corazón la añoranza de otros tiempos en los que quizás encontrar la felicidad era menos complicado que el conseguirlo en el mundo que hoy nos toca vivir, una sociedad en la que egoísmo y ambición desmedida privan por encima de la generosidad y el amor por las placenteras pequeñas cosas.
¡Qué más se le puede pedir a una inolvidable salida de montaña!
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