Para entender la belleza hay que apreciar los detalles. En ellos suele radicar aquello que diferencia lo bueno de lo excelente. Cuando admiro una obra de arte o tengo entre mis manos un libro, no me limito a ojearlos. Intento rebuscar en sus detalles la íntima personalidad escondida de su autor. Beber la esencia de esa historia paralela es algo que me apasiona. Si la belleza natural que nos rodea es obra del Ser Supremo, fácil resulta conocer a Dios por la maravilla de sus detalles.
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