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viernes, 28 de enero de 2011

Mi primer triatlón, sensaciones y anécdotas.

Mientras ayer intentaba poner un poco de orden en mi nutrida biblioteca volvieron a mis manos varios de aquellos entrañables cuadernillos anuales que años atrás recogían a diario mi por aquel entonces intensiva actividad física pormenorizada en un mar de apuntes de kilometrajes cubiertos, tiempos invertidos e intensidad del esfuerzo corriendo, pedaleando o nadando, bien en entrenamiento, bien en competición y cuyo repaso tras el tiempo transcurrido una vez más trajo a mi mente el agridulce sabor de la añoranza.

Entre los diarios que conservo se encuentra el correspondiente a 1992, año olímpico que marcó  mi tránsito de maratoniano a triatleta, un propósito asumido a raíz de mi último maratón del 15 de marzo de ese año que acometí arrastrando un serio problema articular de cuya gravedad no era entonces consciente y que años después me haría pasar por el quirófano apartándome definitivamente de la actividad competitiva.

Percatado de mi imposibilidad física de continuar corriendo las largas distancias a que estaba habituado, busqué una alternativa que me permitiera continuar desplegando un similar nivel de esfuerzo reduciendo en lo posible el impacto en mis deterioradas articulaciones y como decidido amante de la competición, pronto mi reto fue completar un triatlón antes de que acabara el año, centrando mi objetivo en el que se anunciaba en Valencia para el 11 de octubre de ese mismo año bajo la modalidad de distancia olímpica.

Para ello durante los seis meses que mediaban entre ambas pruebas comencé a entrenar de forma intensiva la bicicleta y la natación, disciplinas a las que por otra parte no era ajeno, reduciendo drásticamente la carrera a pie para adecuar su nivel de preparación a los tan solo 10 km. exigidos en el triatlón.

Recuerdo que a pesar de lo otoñal de la fecha el día de la prueba amaneció  radiante. Las aguas valencianas de la Malvarrosa que albergaban el triángulo de boyas de la natación estaban a una temperatura ideal que obviaba el uso del neopreno aunque, como luego sufrimos la mayoría de participantes, con un traicionero mar de fondo, resaca de días anteriores más agitados.

El ambiente en los boxes era magnífico con bicicletas, cascos y todo el material de los 266 participantes reluciendo al sol mientras por doquier se respiraba el mismo clima de contenida ansiedad que preside los prolegómenos de cualquier maratón, una euforia que yo ya conocía y compartía confiado en mi preparación, ávido de nuevas sensaciones y por descontado de concluir la prueba.

Ya desde el inicio de la  natación y como es de rigor, los atletas de élite tomaron una delantera importante que para los populares que les seguíamos se iba acrecentando, pues para desesperación de todos, la primera boya que debíamos bordear y que avistábamos en cada brazada aparecía cada vez más lejana. Y así era en la realidad pues, como luego supimos, la corriente desplazó mar adentro las corcheras que la fijaban, con lo que los 1.500 mts. previstos se transformaron  en no menos de 2.500 para aquellos que los pudimos cubrir. Al llegar a la playa la organización decidió dejar sin efecto el tiempo de corte, fijado para la transición en 50 min. con lo que se "repescó" a todo el mundo y  ya con los pies finalmente en la arena me apresuré hacia los cercanos boxes atravesando la hilera de duchas de refrescante agua dulce improvisada en el trayecto para eliminar el salitre acumulado  y prepararme para cubrir con mi bicicleta la siguiente transición.

Debo confesar que el cambio de natación a bicicleta desató las mejores sensaciones vividas a lo largo de la prueba por el contrapunto que un rítmico pedaleo durante 40 kms. en el espacio abierto con el torso semi desnudo recibiendo los benéficos rayos del sol pone a una reciente y prolongada inmersión del cuerpo en el líquido elemento. La diferencia es similar a la que sientes estando encerrado o al aire libre. El cuerpo parece que se esponja mientras encuentras los mejores momentos de euforia de la prueba.

Finalmente y a pesar de mi problema articular, los 10 kms. de carrera a pié que concluyeron la prueba no fueron nada problemáticos, ni siquiera dolorosos, con las piernas ya caldeadas por el pedaleo y la mente satisfecha  por haber vencido consecutivamente al agua, al aire y a la tierra, esos tres elementos esenciales de la constitución del mundo.

En resumen, fueron 3 horas inolvidables y enriquecedoras que me llevaron a repetir la experiencia  los dos años siguientes en Valencia y Salou y que recomiendo encarecidamente a todos aquellos amantes del deporte que sienten las acometidas de ese incontenible aguijoneo que es la competición deportiva.

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