El olor de las manzanas apiladas en el frutero desencadena un mar de irresistibles impulsos en
nuestra conciencia. Verdes, rojas o doradas, deseamos coger una e hincarle el
diente para sentir el crujido de su carne fresca en la ávida caverna de nuestra
boca. La fragancia de ese blanco bocado evoca tiernos recuerdos de nuestra
infancia. Su delicada acidez calma nuestra sed y nos invita al siguiente mordisco.
¡Me encanta el sano olor que desprenden las manzanas!
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