La pasta está tibia y blanda. El aroma de bollo horneado se introduce en
nuestro cuerpo convirtiéndonos en privilegiado refugio de su tierna exquisitez.
Posarlo en nuestros labios y mordisquearlo es uno de los mejores placeres de la
mañana. El sorbo del café con leche lo deshace en la boca y nos deleita el paladar.
Comer el croissant del desayuno en silencio constituye toda una ceremonia. Nada
debería turbar ese especial momento. ¡Ya vendrán luego los duendes de la prisa!
La mirada es un arma
poderosa. Permite acallar una boca y acelerar el palpitar de un corazón. Llegar
a entenderse a través de la mirada es un convenio de palabras sin palabras, un cómplice
pacto silencioso entre almas. Encendiendo la luz de nuestros ojos convenimos
con quienes nos son cercanos el hacer esto o aquello ilusionándonos en retos comunes
y aportando el coraje necesario para juntos acometerlos. Poder interactuar a
través de la mirada es una fortuna impagable.
El
silencio también tiene vida. En el curso de mis solitarios encuentros con la
madre naturaleza escucho en mi interior su cóncava llamada y gusto introducirme
en su yermo infinito, en ese silencio de silencios donde no hay palabras. En
ese limbo donde su muda esencia adquiere una cualidad especial que todo lo
invade. Me insufla un enorme deseo de habitarlo y al calor de su sosiego mi
mente vuela libre de ataduras. Aporta clarividencia y raciocinio al alma
inquieta. Es una musa insustituible.
Asumiendo riesgos en la toma de decisiones se
adquiere experiencia. El espíritu de quienes no arriesgan nunca crece. Nuestra vida nos pertenece y hemos de marcar
su rumbo. A lo largo de nuestra andadura surgirán todo tipo de contingencias
cuyo nivel de riesgo hemos de sopesar para asumir lo que más nos conviene. Al
final tan sólo el sabio discurrir del tiempo sentenciará si hemos acertado o nos
hemos equivocado. Me complace asumir mis propios riesgos. No quiero que nadie
decida por mí.
Cientos
de gotas, discontinuas y finas, caen sobre mis cabellos. Una lluvia tibia
recorre a raudales mi rostro. Con los ojos cerrados disfruto de las caricias
del agua desparramándose por mi cuerpo. Borboteo y juego con los chorros en mi
boca. Deseo evadirme de las cotidianas pesadillas que intentan avasallarme. Con
los sentidos mudos dejo que ese reconfortante chaparrón reblandezca todas mis
preocupaciones. Afuera esperan implacables los diarios demonios del estrés.
Tras gozar de una
relajante ducha arropar nuestro cuerpo con la fresca tersura de unas limpias sábanas
es la mejor manera de preparar nuestro diario encuentro con Morfeo. Si por añadidura
han sido secadas al sol y luego planchadas, las sensaciones táctiles suelen ser
sublimes. Abrazado a sus pliegues me encanta entregar mi soledad al voluptuoso
océano de sus aromas a talco y a flores. Inmerso en dulce indolencia me dejo
invadir por la erótica caricia de un roce que siempre me depara bellos sueños.
Los libros desprenden un
aroma especial que los identifica. El dulzón olor a vainilla de los envejecidos
por el tiempo seduce evocando y el de tinta fresca de los más recientes incita
a bucear en el piélago de sus páginas. Las sutiles sensaciones que la celulosa
transmite al tacto potencian aún más su carisma. Aunque ambos digan lo mismo,
el libro electrónico es diferente. Mientras éste padece de anosmia, el otro
regala a quien lo tiene entre sus manos la sensual fragancia de lo bello.