Acometiendo dormidos senderos en las quietas madrugadas primaverales puedo sentir cómo rompe el silencio un furtivo e incesante gorjeo. Todas las notas del pentagrama llenan mis oídos orquestando una confusa algarabía. Cada especie ofrece su particular repertorio: un registro de borboteos y silbidos que deviene repetitivo, aflautado, melodioso o grave. En el estío, el porche de mi casa se despierta arrullado por las hermosas cadencias del mirlo y del ruiseñor. Me considero un privilegiado.
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