Elevar
la vista al cielo los días claros y ventosos permite contemplar un bello espectáculo.
Esclavas de la rosa de los vientos, las gráciles agujas de encumbrados cirros aparentan
cabalgar a lomos de laminados estratos sobrevolando un infinito azul. Otras
veces, compactos cúmulos deslizan su blanco intenso por la pista celeste como
un apretado rebaño ovino. Me fascina su singular procesión. Deberíamos mirar
más hacia el cielo y menos hacia algunas de las miserias del suelo que pisamos.
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