Cuando el otoño tiñe de
ocres el verdor de los hayedos, una serena belleza se apodera de nuestros
montes. Las frondas marchitas inician su errante vuelo tejiendo policromados
tapices. Un recital de crujidos se escucha cuando las recias botas de los
caminantes los profanan. En las mañanas otoñales me fascina violar la quietud
de los dormidos senderos hundiendo mis pies en la galanura de su lecho. Escucho
el eco de sus lamentos y siento cómo me invade la paz del espíritu.
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