Cuando llegan las calmas del
invierno disfruto contemplando el amanecer en la playa. Las aguas yacen dormidas
y un aura de placidez domina el panorama. En el horizonte emerge como una
enorme naranja rojiza el inmenso ojo solar.
Parece mirarme con deleite. Su calor me acaricia atravesando las deshilachadas
nubes. Todo huele a madrugada fresca. El tiempo parece detenerse como temiendo
romper un hechizo. Entonces cierro mis ojos y la rueda del día comienza a
girar.
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